Ante un papel en blanco
Hoy me gustaría proponer una reflexión sobre la naturaleza de una disciplina artística de tradición y valía indiscutibles: el dibujo. No se trata de un simple antojo, desde hace un par de meses estoy realizando un curso de dibujo y expresión gráfica que, de alguna forma, me obliga a cuestionarme mi visión sobre esta disciplina, sus utilidades y su efecto sobre la forma en la que percibe el mundo quien la practica.
El dibujo, un proceso en el que el error no existe
Una de las lecturas relacionadas que me han marcado es la obra “Sobre el dibujo”, publicada por el escritor, crítico y artista plástico John Berger. En ella, el autor propone su personal visión (y vivencia) de esta milenaria práctica (leo por ahí que el primer dibujo del que se tiene constancia data de la Prehistoria), conjugando experiencia y opinión verbalizada con ilustraciones (propias y ajenas) que apoyan sus poéticas propuestas. En mi humilde opinión, los mejores párrafos de esta obra se encuentran al principio de la misma, pues son los que el escritor aprovecha para relatar cómo se modifica la relación que la/el artista establece con el objeto que se dispone a representar, una vez establecida esa intención, la de representarlo.
¿Cuál es la diferencia entre “atravesar un tema” (dibujarlo) y “recrearlo para luego cobijarse en él” (el lienzo acabado o la escultura)? Para Berger, cada pincelada o golpe de cincel son una piedra que “debe ser colocada en un edificio planificado”, mientras que el dibujo da cuenta de un descubrimiento (en todo momento se hace referencia la dibujo “de proceso”, de trabajo, no a una obra terminada). Así, tal vez, el dibujo tiene un carácter expansivo, mientras la obra acabada obliga, de alguna manera, a la contención. El dibujo implica una cierta liberación que huye de la dinámica ensayo-error, dado que, en este marco, el error no existe, no es posible. No así en el caso de la obra final, que supone “un intento de construir un acontecimiento en sí mismo”. El error, cuando se trata de “construir un entorno en el que cobijarse”, es tan posible como indeseable.
Ante un papel en blanco: el primer trazo
Durante muchos años me dio auténtico pavor acercarme a la práctica del dibujo, a pesar de la honesta fascinación que sentía hacia ella. Incluso asistiendo voluntariamente a clases de dibujo, tanto en mi infancia como en mi vida adulta, el momento de ponerme delante del papel y dibujar el primer trazo siempre me provocó sudores fríos. Y lo que es más importante: sé que es algo que nos pasa a muchas personas.
Por eso, tras leer estos párrafos de Berger, pienso: ¿Será este el motivo por el que nos da tanto miedo acercarnos al papel en blanco? ¿Porque entendemos, equivocadamente, que el resultado de esta aproximación debe ser una estructura coherente, sólida, armónica, fiable, y nos damos cuenta de que nuestros dibujos todavía no consiguen entrar en esa categoría? ¿Porque creemos que estamos obligadas/os a representar un lugar, un espacio, una realidad a la que podríamos irnos a vivir, y cualquier cosa que no responda a esas expectativas es un trabajo mal hecho?
Como decía al principio, se trata solo de una reflexión, pero si hay alguien al otro lado de la pantalla que sienta esa misma combinación de miedo y atracción a la hoja en blanco, me gustaría pedirle que no dejara de dibujar, de analizar y representar el mundo a su manera, de explorarlo a través del lápiz, el boli, el rotulador de color verde o aquello con lo que se sienta más cómoda/o. Yo intentaré hacer lo mismo. Al fin y al cabo, ¿qué tenemos que perder?
Para saber más sobre la labor crítica de Berger (y sobre la Historia del arte en general), recomiendo la serie de cuatro episodios Ways of Seeing, realizada en 1972 por el propio autor con la colaboración del documentalista Mike Dibb, y emitido por la BBC. Los cuatro capítulos subtitulados están disponibles aquí.